viernes, 13 de octubre de 2017

MEDIACION Y RESPONSABILIDAD SOCIAL CORPORATIVA


MEDIACIÓN Y RESPONSABILIDAD SOCIAL CORPORATIVA.
En el entorno empresarial actual en el que nos desenvolvemos, las empresas cada vez más tienen que atender a las necesidades sociales que le plantean no sólo sus clientes, sino también sus accionistas, empleados o incluso el propio Estado.
Una de las principales demandas sociales es la conocida Responsabilidad Social Corporativa, concepto muy relacionado con la Mediación. Según Marc Orlitzky, Frank L. Schmidt y Sara L. Rynes la Responsabilidad Social Corporativa es la contribución activa y voluntaria al mejoramiento social, económico y ambiental por parte de las empresas, generalmente con el objetivo de optimizar su situación competitiva, valorativa y su valor añadido.
Estos autores sostienen que la Responsabilidad Social Corporativa mejora la imagen de la empresa, ya que ésta va más allá del mero cumplimiento de la legalidad. Su incorporación en los procesos empresariales conlleva la inclusión de conceptos, en algunos casos, tan lejanos para las entidades como la ética, el acuerdo, la comunicación etc.
  Es evidente que la mediación, al tratarse de una ciencia social, cuida equilibradamente los intereses de los agentes económicos en relación, además de aportar un sistema de resolución de conflictos de calidad, por lo que se alza como una ventaja competitiva fundamental en empresas socialmente responsables.
Centrándonos en los trabajadores, la Responsabilidad Social Corporativa está orientada en la construcción de relaciones laborales en las que el diálogo, la participación y la integración son un componente fundamental en la motivación de los empleados. Al ser la mediación un mecanismo de diálogo, ésta presenta un efecto significativo en la confianza y lealtad de este colectivo. Esto es así, dado que las garantías conciliadoras que ofrece el canal de la mediación, hacen que todas las partes implicadas sean responsables de los acuerdos alcanzados, ya sea en un conflicto entre trabajador- empresario, o en una toma de decisiones.
Sabemos que los empleados motivados son mucho más eficientes y eficaces, habida cuenta de que su actitud para el trabajo es positiva y por ende proporcionarán excelentes resultados, ya que la vinculación con los clientes será total. Recordemos que los perjuicios de un problema no resuelto debidamente pueden traer consecuencias negativas no sólo desde el punto de vista de la Responsabilidad Social Corporativa, sino también desde el plano de la Rentabilidad. Compete traer a colación esta cita del célebre Paulo Coelho.

 “Cuando atrasamos la cosecha, los frutos se pudren, pero cuando atrasamos los problemas, no paran de crecer."
Un conflicto latente puede provocar absentismo laboral, ausencia de colaboraciones departamentales fundamentales, mala imagen corporativa etc. A través de la comunicación, el diálogo y la transparencia que ofrece la Mediación se fortalece el sentimiento corporativo y se refuerza la implicación de los trabajadores.
Por todo lo expuesto, consideramos necesario que las empresas socialmente responsables incorporen en sus planificaciones y estrategias herramientas para la prevención y gestión de conflictos. Ello implicará el fomento de decisiones consensuadas y dará una reputación tal a la compañía que se diferenciará así, del resto de empresas de su entorno.  
Por último, destacar que es en los Códigos Éticos o de Buenas Prácticas donde se deben incluir la Mediación y el Protocolo a seguir para acudir a la misma en caso de conflicto, a fin de que todos los interesados conozcan el procedimiento existente en la compañía. De esta forma conseguiremos que nuestra empresa sea un poco más socialmente responsable.
En próximos artículos relacionaremos el novedoso Sistema Compliance, consistente en un código de buenas prácticas para las personas jurídicas, con la mediación.
Guillermo Santos Pavón. 

martes, 10 de octubre de 2017

1º CONCURSO ESTATAL DE CUENTOS DE MEDIACION GUANAJUATO 2017

CUENTOS GANADORES DEL 1º CONCURSO SOBRE CUENTOS DE MEDIACIÓN ORGANIZADO POR LA DELEGACIÓN EN GUANAJUATO (MEXICO)
FORO INTERNACIONAL DE MEDIADORES PROFESIONALES
U. LOYOLA ANDALUCÍA

Nuestro enorme agradecimiento a Ingrid Michel Niehus, Delegada de FIMEP en Guanajuato

EN SUS MARCAS, LISTOS, ¡MEDIACIÓN!
Por: Teresita Navarrete Villa

Hace mucho tiempo existió un lugar llamado Villa Alfalfa. Tenía un cielo completamente azul y nubles muy blancas. Sus calles siempre lucían limpias, todas sus casas tenían hermosos jardines, muchos  árboles y flores de todos colores.
En Villa Alfalfa vivían roedores de todos tamaños, desde pequeños ratones hasta grandes conejos. A pesar de las diferencias que existían entre sus habitantes en ella reinaban los valores del respeto, la amistad y la cooperación.
En la calle Zanahoria vivía Aidé, una cobaya, su primo el conejo Mateo y su amigo Javier, un hámster. Después de la escuela,  al terminar sus tareas, se reunían por las tardes a jugar, les gustaba subir a sus bicicletas, recorrer toda la villa y competir para saber quién era el más rápido de los tres. Sus bicicletas eran muy bonitas, tenían colores brillantes y grandes ruedas, pero la bicicleta de Mateo se distinguía de las demás porque tenía una pequeña canasta que le habían regalado sus papás.
Un día, Aidé fue a visitar a su abuelita Rosa que vivía del otro lado de la ciudad y no pudo ir a jugar con Mateo y Javier. No era la primera vez que alguno de ellos no estaba, así que la ausencia de Aidé no impediría a Mateo y Javier divertirse como todas las tardes. 
Todo transcurría como de costumbre, ambos disfrutaban de aquel atardecer cuando, ¡de repente!, tuvieron la idea de intercambiar sus bicicletas para darle un toque diferente a la última carrera del día.
Mateo subió a la bicicleta de Javier y Javier a la de Mateo, ambos se acomodaron en la línea de salida y gritaron al mismo tiempo —¡En sus marcas, listos, fuera!—.
Inmediatamente Javier tomó la delantera, iba tan rápido que apenas podía distinguir los árboles que pasaban junto a él.
Pocos segundos después Mateo lo rebasó, se podía ver como el viento levantaba sus largas orejas. Mientras Javier gritaba —¡Te alcanzaré!—.
Faltaba poco para llegar a la meta cuando ¡zas!, Javier se había caído. Mateo escuchó el golpe, se detuvo y fue a confirmar que Javier estuviera bien. Afortunadamente Javier no se había lastimado pero la canasta de la bicicleta se había destruido.
Javier se puso de pie, vio a Mateo y le dijo —Lo siento, fue un accidente—. Mateo tomó la bicicleta, se dio la vuelta y sin pronunciar palabra alguna se fue a su casa. Javier no sabía qué hacer, así que agarró su bicicleta y también se fue a casa. 
Al día siguiente Aidé se sentó en la banqueta de la calle, esperando que Mateo y Javier salieran a jugar.¡Tic, tac, tic, tac!, sonaba el reloj, pero nadie salía.
Pasaron algunos minutos y por fin aparecieron, pero ni siquiera voltearon a verse. Aquella situación era preocupante y muy incómoda para Aidé, así que se acercó a Mateo y le preguntó —¿qué pasa?, ¿por qué no hablas con Javier?—, a lo que Mateo respondió entre lágrimas —él rompió la canasta de mi bicicleta—.
Después de un momento Aidé decidió acercarse a Javier. Quién con ojos llorosos le contó —ayer Mateo y yo decidimos intercambiar nuestras bicicletas para hacer la última carrera antes de irnos a casa. Poco antes de llegar a la meta, me caí y rompí la canasta de su bicicleta—.
Aidé recordó que tiempo atrás, en la escuela, le habían platicado de la mediación, una forma de resolver los conflictos que surgen entre dos personas. Esta era la ocasión perfecta para poner en práctica aquello que había aprendido. Aidé, como buena mediadora, antes de intentar ayudarlos les preguntó si estaban dispuestos a buscar una solución y continuar con su amistad. Javier respondió —claro que sí Aidé—. Mateo, por su parte, tomó algunos minutos para pensarlo y al final dijo a Aidé que sí.
Los tres se sentaron en el pasto, Aidé en medio de ellos, Javier a la derecha y Mateo a la izquierda. Aidé comenzó diciendo muchas gracias por estar aquí y por su interés en buscar una solución a lo ocurrido el día de ayer—. En ese momento, Javier y Mateo intercambiaron una pequeña mirada pero se mantenían en silencio.
Aidé dijo en esta ocasión yo seré la mediadora, sepan que no estoy ni a favor ni en contra de ninguno de los dos. Siéntanse en confianza de decir cómo se sienten y compartir sus pensamientos, nadie más sabrá lo que platiquemos.
Cada uno de ellos tendría la oportunidad de contar lo que había pasado y de responder los demás comentarios, pero lo harían por turnos, con la intención de escucharse bien y respetar la palabra del otro. Para que el orden de los turnos no fuera motivo de discusión, se decidió en un volado que Javier comenzaría y después seguiría Mateo.
Aidé escuchó atentamente cómo había comenzado todo, primero en la versión de Javier y luego en la de Mateo. Javier comentó iba tan rápido que no pude notar que había algunas hojas de los árboles en el suelo, así que cuando pasé encima de ellas las ruedas se resbalaron y no pude mantener el equilibrio de la bicicleta. Entonces caí sobre la canasta y la rompí.
Mateo dijo —no sabía lo que había ocurrido, lo único que recuerdo es que vi hacía atrás y me di cuenta de que Javier se había caído, me acerqué a él, en ese momento me di cuenta de que mi canasta estaba rota—.
Aidé preguntó —¿Javier cómo te sentiste cuándo viste lo había pasado?
Me sentí muy mal, triste porque sé que la canasta era un regalo de sus papás— respondió Javier.
Más tarde Aidé le preguntó a Mateo —¿tú cómo te sentiste?, Mateo respiró profundo y dijo me dio tristeza y también coraje porque, como dijo Javier, era un regalo de mis papás. Sé que fue un accidente pero estaba triste y enojado. Papá dice que cuando nos enojamos decimos cosas que lastiman los sentimientos de los demás, así que preferí irme a casa—.
Javier vio a Mateo y le dijo —Discúlpame, no fue mi intención—. Mateo se levantó, le dio un abrazo y aceptó sus disculpas. 
En este momento Aidé sonrío y le preguntó a Mateo —¿Hay algo más que podamos hacer para que te sientas mejor?—.
—¡Hay que hacer otra canasta!— gritó Mateo emocionado.
—¡Sííííí!— respondieron Javier y Aidé
Al día siguiente, con un poco de ayuda de los papás de Mateo, los tres pequeños roedores hicieron una nueva canasta para la bicicleta de Mateo.
A partir de ese momento Aidé, Javier y Mateo fueron mucho más unidos y su amistad continúo durante muchos años. Los tres contaron aquella anécdota a su familia y vecinos, con la intención de dar a conocer la mediación y en caso de ser necesario usarla para restablecer la buena convivencia en Villa Alfalfa

Y colorín colorado la mediación ha triunfado.


EL EXTRAORDINARIO.
Por: Leonel Torres Salinas

Aún brillaba la luz del sol a través de las viejas cortinas rojas que se mecían al viento; sobre una pequeña mesa se albergaba una triste flor de aquella habitación sombría, viciada por el humo de un cigarrillo sin terminar en el cenicero de cristal, el sutil hálito de un café, amargo por recuerdos interminables antes de despertar, despabilaba a una mente desordenada en el caer de la tarde; la cara le ardía y su cabeza era martillada por mil demonios pisoteando fuerte, el sabor a sangre en la boca hacía juego con los cardenales de su cuerpo. Trataba de recordar el pobre Ignacio, trataba de entender lo que recordaba  y trataba de negar lo que entendía.
-Mijo, ya va siendo hora de que se levante, ¡ánde a traerme un poco más de leña!
Doña Eduviges del Socorro estaba a un lado del fogón, removiendo unas ollas y cortando unas hierbas en la mesa, los surcos en su piel daban fe de los muchos años que hubieron de pasar por su frente para tener esa faz morena, tranquila y chimuela, con sus manos cansadas pero pacientes, removía una y otra vez aquel menjurge del cual se desprendía un extraño aroma.
Incorporándose de a poco, levantóse Ignacio con gran dolor, el cuello torcido y un hombro dislocado, apuró de un trago el chupito de mezcal al lado del jarro de café, escupiéndolo enseguida al sentir en su boca el fuego del alcohol en las heridas; se limpió con el puño de su camisa y procedió a sorber de aquél café de olla con piloncillo, que tanto le había gustado de escuincle cuando visitaba a su abuela.

-Madrecita, siento la cabeza tan revuelta, ¡y tan dolorida! que creo ya está toda quebrada, pos se me jueron las memorias y ya no sé ni a qué hora he pasado de mi casa a la de asté.
-Esto es un asunto mijito, que pronto has de resolver, búllele por la leña y atízale a las brasas, que con este remedio te será más fácil ver.
Saliendo entre pensamientos confusos y enmarañados, Ignacio fue por la leña mientras su abuela acababa de ponerle los últimos manojos de árnica y belladona a la infusión, con fermento de maguey y cocido de biznaga pelona, que solo la gente más grande y vieja del rancho de “El Varal” sabía preparar.
Al entrar su nieto y arrimarle las ramas y troncos secos que había juntado, avivó el fuego que triste aparentaba consumirse, le indicó se sentara en la mecedora en el patio frente a la casa, al lado de los columpios de costales y mecates, que había puesto el buen Ignacio en los huizaches, para cuando sus retoños se aburrieran al visitarla, dándole una vista de los cerros tan bonitos, tan reverdecidos en las lloviznas de finales de verano y principios del otoño acá en el Guanajuato.
En esto estaba pensando apesadumbrado Ignacio, sentado en la mecedora, mientras sus ojos se llenaban del último naranja de la tarde, cuando su abuela con otro humeante jarro llegaba a interrumpirle amablemente, le hizo extender el brazo, y la viejecita valiéndose de su poca fuerza y el vaivén de la silla, acomodóle el hombro dislocado de un tirón bien pronunciado que ni él mismo se creyó.
-Tómese este tecito mijo, y entre más le tome y más feo le sepa, usté no se raje hasta que le haya visto fondo, y cuando se lo encuentre, déle un saludo de mi parte.
Pensando en haberle escuchado mal la última parte, empezó a beber de aquel viscoso y amargo revoltijo, sintiendo que las tripas se le volteaban al momento, aferróse a seguir en tal faena, que pronto ya no hubo más del contenido.
Por un momento de eructos encontrados, iba sintiéndose devolver cuando de pronto, su vista se oscureció y perdiendo el equilibrio sentía en sus miembros como se iban desvaneciendo entre los cerros, hasta que de repente no hubo más mundo que sí mismo en un espacio oscuro, sin nada más que una profunda soledad iluminada fugazmente por espectros de colores que efímeros danzaban ante sus ojos. Ahí fue cuando al fijar la vista en la negra inmensidad, le pudo identificar, blanco, blanco como la nube en el cielo, como el coral del mar, un punto en lo lejano que crecía al dirigirse hacia él.
-¿Cómo estás Ignacio? ¿Hay algo que quieras saber?
De repente, como un rayo en la tormenta oscura, Ignacio le reconoció, pues su padre y el padre de su padre le habían platicado de aquél señor de barba blanca, que no había nada oculto para él, y todas las respuestas en sus ojos se reflejaban con tan solo mirarlo, aquél individuo conocido como el extraordinario, era él, ése que estaba frente a Ignacio.
-Señor, fíjese asté que hoy he despertado molido, agotado y sin memoria, en una casa diferente a la mía cuando se supone debía haber llegado con mi Susanita pa comer y enseñarle unos trabajos a mi chilpayate, a mi dieguito.
-Ya sé de qué me hablas, bueno, te explicaré, haz de cuenta que hoy del trabajo hubiste llegado, cansado y sin comer, cuando pronto entrando a casa, te encuentras al patrón con tu mujer y sin pensarlo ni un segundo tu machete a su cabeza fue a caer.
Como sus matones le estaban buscando, su grito les comunicó, que en tu casa y con tu mano al señor llegaste a herir, apurando el paso entraron y tu pronto para huir, pos te fueron correteando para ver tu alma morir.
De tanto miedo fuiste por las calles empedradas, y en un traspié te alcanzaron a surtir, pero te zafaste de milagro y en la sierra caíste revolcado, arrastrándote a la casa de tu vieja abuela santa.
Esto fue lo que pasó, pero a tu abuela yo le debo algunos favores, así que te daré la oportunidad de que vuelvas a elegir, tienes que tomar en cuenta, que aunque los impulsos y el coraje son de los sentimientos más humanos, la prudencia y la comunicación son las herramientas que se les han dado a los hombres para irse construyendo más allá de lo animal. Le mando muchos besos a mi Eduviges.
En eso, como si de un sueño se tratase, en el campo Ignacio despertó, al mirar su reloj se percató de ser justo la hora de salir del trabajo, tomó sus cosas y ampliamente consternado sobre lo que había sido realidad, llegaba a la casa para encontrar al Don Refugio con su esposa, tal y como se lo había contado el extraordinario, pero en vez de sacar su machete, agarró a su mujer y el patrón confundido se empezaba a disculpar en lo que llegaron sus matones, subieron a la camioneta a su jefe y se marcharon sin más.
Ignacio no había tenido una vida fácil, el ser abusado por el cacique de su rancho y con la necesidad de los sábados salir del pueblo para Silao y de Silao a León, con su costal de chiles que habría de llevar en la oruga apretado y llegar al centro para ofrecerlos a dos pesos por kilo, se hubiera contentado por continuar la historia como ya se la habían mostrado, pero aquella no terminaba bien ni para él, ni para su Susana ni su dieguito.
Así fue como decidió ir hasta Guanajuato en búsqueda de cómo arreglar el agravio que había tenido su familia, hasta llegar al Centro Estatal de Justicia Alternativa del Estado de Guanajuato donde le aconsejaron tomar el servicio de mediación como forma alternativa para resolver su conflicto.
Se procedió con el proceso, y Don Refugio, aunque era un hombre ambicioso, no era de mal proceder, atendiendo a la propuesta se les asignó un mediador, con ayuda del cual Ignacio pudo saber, del engaño de la esposa del patrón y que en la borrachera había entrado a su casa para olvidarse de aquélla mujer.
Ambos llegaron al acuerdo de un desagravio por parte del patrón y una mejora de las condiciones laborales ante las cuales se regía Ignacio, reconociéndolo como buen trabajador y hombre de valor.
Fin.


CUIDADO CON EL QUINTO PISO  
Por: Paulo Brito

En un lugar de la mancha (urbana) de cuyo nombre no quiero acordarme vivía un joven llamado Salomón, o Salo, como lo conocían sus amigos. Él prefería Salo, pues decía que si se pronunciaba rápido Salomón sonaba a salmón, y a él ni siquiera le gustaba el pescado.
Salo recién había conseguido un empleo en una compañía grande, pero para ello se tuvo que mudar de su ciudad natal. Encontró un departamento muy lindo y cerca de su trabajo. Aunque estaba en un quinto piso, no le molestó el hecho de tener que subir diario las escaleras pues tenía una vista espectacular del paisaje. Estaba a punto de comenzar su nuevo empleo, era la primera noche en su nuevo apartamento tras la mudanza. ¡Todo marchaba de maravilla! Bonita casa, buen empleo, linda vista, no podía pedir nada más… ¿O sí?
Observando el atardecer desde su nuevo apartamento Salo recordó aquel día que había ido por primera vez a ver el apartamento donde viviría. Subía las escaleras con el agente inmobiliario y alcanzó a escuchar a los vecinos del primer piso susurrar –mira, ahí viene otra pobre víctima. Noto que los vecinos del segundo piso se reían de él discretamente; los vecinos del tercer piso no fueron tan discretos y se rieron en su cara. Cuando los vecinos del cuarto piso le advirtieron que no se cambiara a ese piso él empezó a temer por su seguridad, pero el agente inmobiliario lo tranquilizó diciendo que ahí eran muy bromistas, que era su extraña forma de darle la bienvenida, que no tenía nada que temer, así que Salo ignoró las advertencias y burlas de los vecinos y decidió mudarse aun así.
¡Zaz! Un fuerte ruido interrumpió los pensamientos de Salo. Eran unos gritos como de personas discutiendo que se vieron seguidos por un azote de puerta de lo más intenso, tan fuerte que logró tirar la nueva plantita que Salo tenía en su ventana. El valiente joven salió de su nueva casa para ver que sucedía sólo para toparse con su nuevo vecino que recorría el pasillo. Era un señor de unos 70 años (por su aspecto tan senil se podría pensar que tenía incluso 100 años) con cabello canoso, un aspecto facial duro y poco amistoso, pequeño de estatura, pero con un sombrero que le hacía lucir más alto.  El señor venía sobándose la nariz y maldiciendo en voz baja. Salo trató de ser amable con su nuevo vecino. Extendió amistosamente su mano y se presentó.
–Buenas tardes señor, mucho gusto. Soy su nuevo vecino, mi nombre es Salomón, pero puede decirme Salo.
El señor no sólo no respondió su saludo sino que siguió caminando y murmurando maldiciones entre dientes. Llegó al apartamento que estaba junto al de Salo y mientras abría la puerta dijo en voz alta:
-Don Gustavo, y no olvides decirlo completo DON GUSTAVO, aunque te cueste más trabajo.
La respuesta grosera de Don Gustavo dejó muy contrariado a Salo, pero anochecía y tenía que levantarse muy temprano al día siguiente porque empezaría su nuevo empleo, así que decidió ignorar lo sucedido e ir a la cama.
Al día siguiente Salo volvía muy feliz de su primer día de trabajo, le había ido mejor de lo que esperaba. Llegó a su casa, subió velozmente las escaleras del edificio y cuando por fin llegó al quinto piso vio a una mujer algo robusta, de alrededor de media centena  de años de edad, con cabello negro, un chongo mal hecho y ropa deportiva algo desgastada. Ella estaba regando unas plantas ya marchitas en el apartamento junto al de Salo, opuesto al de Don Gustavo.
–Buenas tardes señora, soy Salo, su nuevo vecino.
(Recordando la respuesta grosera de Don Gustavo Salo no extendió la mano esta vez). La señora con un gesto algo ofendido replicó:
-¡señorita aunque le cueste creerlo! Y me llamo Patricia Dolores del Socorro, pero dime Lola, y no hagas tanto ruido al subir las escaleras, no seas maleducado.
Salo quedó desconcertado por ser llamado maleducado por alguien que no había mostrado demasiada educación hacia él, pero hizo caso omiso del comentario y entró a su casa. Un rato después escuchó llegar a Don Gustavo, y fue directo a reclamarle a Lola. Sucedió el mismo espectáculo escandaloso de la noche previa, pero al saber a qué se enfrentaba Salo no quiso salir esta vez.
Salo llevaba pocos días en ese nuevo apartamento y comenzaba a sentirse solo. Los padres de Salo le aconsejaron tener una mascota que lo acompañara en su nueva casa, le sugirieron adoptar un cachorro. Uno pequeño que pudiera tener en el pequeño patiecillo de servicio de su apartamento. Salo decidió seguir el consejo y adoptó un pequeño perrito salchicha. Lo llamó Canito. Era el perro más tranquilo que se pueda alguien imaginar. Incluso Salo se asustó al inicio pensando que podría ser mudo, ya que el cachorro no hacía ruido ni para comer, pero un día Salo arrojó por accidente una almohada sobre el cachorro y el pobre can dio un ladrido de susto. Fue entonces cuando descubrió que no era mudo. Salo llegaba feliz del trabajo, batallaba con las malas caras de Lola, pero se contentaba sacando a pasear a Canito. Más tarde escuchaba los acostumbrados reclamos de Don Gustavo, seguidos por el azote de puerta de Lola. Le reclamaba diario cosas distintas…que ocupaba su lugar de estacionamiento, que sus macetas estorbaban el pasillo, que sus plantas marchitas contaminaban la vista, por todo. Parecía que Don Gustavo sólo buscaba excusas para reclamar, y Lola le devolvía los reclamos con mucha intensidad. Después del azote se calmaban las cosas, sin embargo algunos días que llegaban a coincidir Lola y Don Gustavo por la mañana en el pasillo continuaban su pelea interminable.
Así pasó un mes, dos meses, tres meses, pero Salo estaba poco contento con la situación por lo que decidió que era hora de intervenir y mediar las cosas. Un viernes saliendo del trabajo fue al supermercado y compró todo para hacer una gran cena gourmet. En su casa imprimió un par de invitaciones que se veían muy elegantes y las dejó en las puertas tanto de Don Gustavo como de Lola. A ambos los invitó a cenar a su casa el día sábado a las 8pm. Salo preparó todo para hacer de la cena un evento muy agradable. El primero en llegar, con la puntualidad de un tren a las 8 en punto fue Don Gustavo. Vestía su acostumbrado traje con parches en los codos y su desgastado sombrero, pero esta vez usaba también un moño. Tocó la puerta y Salo lo invitó a pasar. Don Gustavo esbozó en su cara una mueca que parecía ser una sonrisa algo oxidada, señal que no lo hacía muy seguido.
–Bienvenido Don Gustavo, póngase cómodo, está en su casa. -Dijo Salo-Espero a otra persona muy importante, no le importa que compartamos la cena ¿verdad?
-Pues si es tan importante no me importará seguramente. Traje una botella de vino, ¿dónde la puedo dejar? –respondió Don Gustavo.
Salo le indicó que sobre la mesa. Así que tomaron asiento y comenzaron a platicar. Salo descubrió que Don Gustavo era director de un colegio. También se enteró que cada día después del trabajo iba a visitar a su hija que trabajaba en una cafetería, por eso llegaba siempre tan tarde.
-¿La visita diario? ¡Increíble! Ella debe estar muy feliz de verlo todos los días -dijo Salo-.
-La verdad no, ella no sabe que soy su padre. Me separé de su mamá cuando ella era muy pequeña, y su mamá nunca me dejó visitarla. La busqué por todos lados y apenas me enteré hace un par de meses que trabaja ahí, la visito desde entonces buscando el valor para decirle que soy su padre pero temo que no reaccione bien-dijo Don Gustavo.
El sonido del timbre interrumpió la sensible plática. Don Gustavo aprovechó la interrupción para ir al baño mientras Salo abría la puerta. Apareció Lola bien arreglada, con un vestido azul y con un pay de manzana del cual emanaba un aroma muy agradable. Salo la invitó a pasar y tomaron asiento en la sala. Comenzaron a platicar acerca de lo feliz que estaba Lola de la invitación pues hacía mucho que no asistía a una cena tan elegante. (La verdad no la invitaban a ningún lado desde hace ya bastantes años) Salo agradeció el cumplido y le comentó que había otro invitado de honor esa noche, y le preguntó si ella no tenía problema con ello.
-Mientras no sea el gruñón de Don Gustavo todo está bien-contestó ella bromeando.
Salo buscaba que responder a dicho comentario cuando salió del baño Don Gustavo. Tanto Don Gustavo como Lola preguntaron casi en unísono que estaba haciendo el otro ahí. Comenzaron a gritarse. Salo no sabía qué hacer. Trató de ofrecerles galletas, de contarles chistes, e incluso de mostrarles su colección de corcholatas antiguas pero nada parecía cesar la pelea. En ese momento se percató de algo…en su prisa previa a la cena había dejado abierta la puerta del cuarto de servicio, y sucedió justo lo que temía…Canito llegó corriendo a toda velocidad, y asustado por los gritos de los vecinos comenzó a ladrar, como regañando a los señores por su manera inmadura de discutir. Ambos vieron al perrito e hicieron una cara que denotaba gran ternura. Resulta que entendieron el mensaje que trataba de transmitirles y tomaron asiento en silencio. El cachorro en agradecimiento se acercó a ambos moviendo la colita. Ellos lo acariciaron y sin darse cuenta estaban conviviendo como nunca lo habían hecho en tantos años viviendo juntos. Aprovechando el momento Salo explicó que quería solucionar de una vez por todas el problema entre ambos, y que agradecía su buena disposición para ello. Ambos explicaron sus respectivas perspectivas de los conflictos, y Salo fue proponiendo soluciones a todos y cada uno de ellos. Tanto Lola como Don Gustavo las escuchaban, complementaban, llegaban a acuerdos comunes. La velada siguió de una manera muy pacífica. Canito estaba feliz de recibir tanto cariño por parte de los invitados. Cuando terminaron con los acuerdos y también con la cena Lola les platicó que ella trabajaba en una clínica de asistencia familiar, por lo que Salo se tomó la libertad de comentar la situación entre Don Gustavo y su hija. Al principio Don Gustavo se molestó un poco porque era algo muy personal y le daba vergüenza la situación, pero Lola le ofreció su ayuda para ayudarle a reconectarse con su hija, por lo que Don Gustavo quedó muy agradecido. Don Gustavo ofreció a cambio algunos consejos de jardinería para que Lola pudiera revivir sus plantas.
 Desde aquella noche no se escuchó más el ritual de discusión entre Don Gustavo y Lola. No más gritos, ni más portazos. Muy al contrario, se escuchaban palabras de amabilidad y cordialidad. Don Gustavo pudo acercarse a su hija gracias a la intervención de Lola, y a su vez Lola tiene ahora las plantas más bonitas de todo el edificio en sus macetas. Canito es un perro muy feliz y consentido pues recibe muy seguido huesitos y juguetes de sus vecinos. En cuanto a Salo, no puede estar más feliz viviendo en ese quinto piso, con un gran empleo, con el mejor perro del mundo, la mejor vista de todas, y por supuesto, los vecinos más amables.



EL TRATADO DEL OMBLIGO.
Por: Ometeotl.



No hay peor monstruo a vencer que el que vive dentro de nosotros.


Hace mucho tiempo existieron dos reinos enemigos, el de los hombres y el de los monstruos, separados únicamente por un denso bosque al que llamaban “el ombligo” puesto que en el centro de este había una zona en forma curvada con la más variada y encantadora fauna jamás vista; sin embargo nadie entraba ahí desarmado ya que nunca más volvía a salir con vida.

Justo era un pequeño niño de piel morena quien había perdido a sus padres hace poco, fueron asesinados en un asalto a la entrada del bosque. A Justo le gustaba ir a trabajar a una cantina popular a la que frecuentaban los soldados del rey para enterarse de los cotilleos más frescos de la ciudad. Hoy estaban los soldados acompañados del capitán Less, un hombre formidable y valiente, los Monstruos le habían arrancado un brazo pero eso no le detuvo nunca
– ¡Venimos a celebrar! – Dijo jubiloso con todos sus soldados –Hemos dado muerte a dos de los hijos del rey de los monstruos cuando patrullábamos el bosque- la gente que estaba ahí vitoreo esa noticia con gran alegría–habrá guerra contra los monstruos en tres días ahora que su líder está débil– una vez más todos brindaron por semejante éxito.
Ese día, Justo salió temprano y decidió ir por algunas flores para la tumba de sus padres. No se le ocurría mejor lugar que dirigirse directamente al ombligo del bosque, era peligroso, pero en ese lugar existían tan bellos ejemplares de flores que sabía que el riesgo valía completamente la pena. Comenzaba a oscurecer así que acelero el paso, tenía miedo de encontrarse con un monstruo, sostuvo con ambas manos una navaja que le daba un poco más de seguridad. Siguió su camino hasta ver aquel hermoso jardín, se regodeo de alegría y comenzó a cortar algunas flores blancas cuyo centro era rosado y de un olor embriagante, cuando de repente escucho unos sollozos a sus espaldas. Su corazón se congelo al escuchar un rugido bestial, comenzó a sudar de las manos y se giró temeroso. Había guardado la pequeña navaja en uno de sus bolsillos y le vio… era un ser cubierto por una tela mugrosa de color obscura, y lloraba amargamente.
Justo estaba dispuesto a escapar, aun traía las flores en las manos y se levantó lentamente, no se atrevía a tragar saliva por el miedo a ser escuchado ni siquiera a respirar. Comenzó a retroceder cuando, sus piernas le flaquearon y tropezó ruidosamente, cayó de espaldas y pudo apreciar como aquel monstruo se volteaba violentamente para verlo.
La bestia se reincorporo rápidamente y comenzó a caminar a él, media como dos metros de altura, poseía cuatro ojos de color carmín, enormes cuernos filosos que fácilmente podrían atravesar el yelmo de un soldado; sus manos eran enormes con grandes garras obscuras, su piel era de un color cadavérico como si estuviera enfermo, bajo sus ojos aún se apreciaba el resto de lágrimas.
-  Parece que la luna llena me trajo a un crío humano – el aliento del monstruo olía a azufre- ¿A qué has venido? No conformes las personas con haberme arrebatado a mis dos hijos, mandan a un niño a matarme, vaya que me subestiman…- el monstruo enseño las grandes fauces que tenía, dispuesto a matar a Justo; sin embargo este recuperando el aliento grito cubriéndose el rostro.
- ¡No! yo vine por cuenta propia a cortar flores para mis padres –
-¿Tus padres? Me debes creer idiota para que me trague ese cuento tuyo ¿Dónde están ellos?
- M-Muertos señor… mis padres fueron asesinados hace un año en este mismo bosque mientras yo jugaba a las escondidas.
 - ¿Quiénes les mataron?- preguntó con ufanía el rey – ¿Vas a decirme que fueron los monstruos y vienes por venganza?
- S-si y no señor– respondió Justo aun temblando de pies a cabeza, nunca en su  vida había tenido tanto miedo, se quitó las manos de la cara para verle mejor.
- explícate niño.-
- A mis padres si los mato un monstruo, pero no es del tipo que usted cree, fueron asesinados por un humano, no he venido a buscar venganza ya que, de nada me sirve vengarme de alguien cuyos motivos de matar se basaron únicamente en la avaricia. No hay peor monstruo que el que vive dentro de nosotros mismos y no hay mejor victoria que deshacernos de él.
- ¿Cuál es tu nombre? – preguntó el monstruo sin apartarle la mirada ahora llena de indagación.
- Justo, señor.
- Que nombre tan estúpido…- respondió el monstruo viendo las flores que traía en la mano el niño confirmando la historia del mismo – Mi esposa murió hace poco de una enfermedad y mis imprudentes hijos vinieron a buscar flores para su tumba, al parecer se encontraron con unos soldados que les superaban en número y les dieron muerte… ojalá les hubieran dado la oportunidad de explicarse como lo hice contigo – al rey de los Monstruos se le hizo un nudo en la garganta – lárgate Justo, te perdono la vida –
El niño se sorprendió, se puso de pie temblando apretando más fuerte el tallo de sus flores - ¿Qué no vas a comerme? – curioseó tentando su suerte.
- ¿Comerte? ¡Ja! Nosotros no comemos humanos, son asquerosos y su carne es toxica. Es tan tonto que digan que comemos humanos… ¿será acaso que ustedes comen la carne de monstruo?- la curiosidad en los ojos del rey era casi palpable.
- ¡No! – respondió el niño enseguida.
- Pues entonces nosotros tampoco.-
- Si ustedes no son diferentes a nosotros ¿Por qué nos matan?-
- Es en defensa propia. El ser humano cree que al encontrarse con un ser vivo diferente tiene el derecho de tratarle como mascota y si es más fuerte que él lo considera una amenaza mortal y comienza a cazarlo por temor. No te diré que entre los monstruos no hay seres con intenciones malignas, sin embargo en toda especie existen los buenos y los malos.
El monstruo tenía razón - Nuestro reino atacara en dos días más – pensó en voz alta el niño viendo como todo el cabello del monstruoso rey se erizaba y su mirada se volvía felina y asesina - ¡Pero si hablo con mi rey y logro convencerle que ustedes no quieren la guerra podrían llegar a un tratado!
- ¡Es imposible dialogar con uno de ellos! Si el rey de los humanos quiere guerra con los monstruos, eso tendrá. No pararemos hasta que caiga el último de nuestra especie derramando la suficiente sangre como para teñir el mar – el rey de los monstruos parecía frenético – más te vale Justo que no te entrometas en esta guerra o te tocara la misma suerte –
- ¡Espera! – Le detuvo Justo – Sé que puedo… dame una oportunidad señor – el Monstruo encaró al niño ferozmente y con la luz de la luna vio una determinación que ni el más fuerte de sus guerreros poseía – hay que vernos mañana aquí y le daré la respuesta de mi gente. Esto se puede resolver sin tener que derramar sangre.
- Está bien… - respondió el enorme monstruo sin creer del todo lo que escuchaba. Para su sorpresa el niño le había tomado del enorme brazo y entregó las flores.
- Es una promesa –
Con eso dicho Justo salió corriendo del bosque dirigiéndose al castillo del rey y rogó encarecidamente por una audiencia con su majestad.
- ¡El rey de los monstruos no quiere una guerra! – gritó reverenciando al hombre que gobernaba a los humanos, este tenía unos asombrosos ojos azules que le miraron con incredulidad.
- Esos seres ni siquiera hablan nuestro idioma y, ¿quieres hacernos creer que hablaste justamente con el rey de los monstruos?–
- se lo juro mi rey – respondió Justo con valentía – ellos no comen humanos –
- ¿entonces para que nos matan?-
- Porque nos temen señor. Se defienden de nosotros- Justo levanto la mirada para enfrentar a su rey. Se miraba elegante sin parecer exagerado, con su túnica cerúlea con adornos de oro y plata - ¿usted no se defendería si viera que alguien le ataca? –
El rey, quien era una persona sabia se quedó pensando – Pruébalo - reto con ufanía - Trae mañana al rey de los monstruos a mi castillo y te creeré; entonces, podremos hablar y llegar a un acuerdo –

Justo sonrió con los ojos llenos de lágrimas, nada le hacía más feliz que eso, agradeció al rey y se fue.
A la noche siguiente fue a encontrarse en el bosque con el rey de los monstruos, relató entusiasmado lo que había pasado y aunque vio incertidumbre en los ojos ajenos también reparó determinación y ambos se embarcaron al reino humano donde, no fueron recibidos con agrado y si no fuera por la intervención de Justo seguramente el monstruoso rey hubiera perdido la templanza, más eso por fortuna no paso. Ambos fueron escoltados por Less ante el rey y más de cien soldados les vigilaban.
- ¡Por dios! –exclamó el rey cuando les vio llegar. Automáticamente llevo su mano a la empuñadura de su espada, parecía tener miedo y cuando el monstruo percibió esas intenciones enseño sus puntiagudos colmillos, todos se pusieron en guardia dispuestos a atacar.
- ¡No! él está aquí para hablarlo asustan ¡bajen sus armas! – suplicó encarecidamente Justo.
- ¡Te lo dije, es inútil que hables con estos humanos! – Refunfuño el monstruo, poniéndose a la defensiva – Ustedes nos llaman monstruos a nosotros, pero yo he venido a hablar con ustedes y lo único que recibo son insultos y malos tratos; entonces…- aparto a Justo de en medio y miro al rey de los humanos – hay que cuestionarnos ¿quiénes son los verdaderos monstruos entre nosotros? –
El rey comprendió esas palabras, lentamente quito su mano de la empuñadura de su espada y ordeno a todos que retrocedieran, Less fue el más escéptico de todos pero con una mirada de hielo de su majestad repitió la orden, el rey de los humanos y el de los monstruos entraron a una habitación junto con Justo. Todo el mundo estaba asustado, frenético, incluso algunos decían que el rey había sido asesinado.

Larga espera…

Después de horas dialogando ambos reyes, gloriosos y esplendorosos salieron.
- Querido pueblo, hoy es un día memorable para todos- dijo el rey humano - ya que hemos llegado a un acuerdo de paz con los monstruos. De ahora en adelante no les atacaremos y ellos tampoco lo harán con nosotros, comercializaremos con ellos y respetaremos sus costumbres – las personas miraron al rey como si le acabara de salir una segunda cabeza y el monstruo hablo.
- Aquel ser que atente con la vida de otro será llevado ante un tribunal de justicia y juzgado como debe ser, yo como el rey de los monstruos les juro por mis hijos que luchare por esos ideales –
El rey de los humanos parecía más tranquilo, después de dialogar con el terrible monstruo le pareció que no era tan temible al contrario, era un excelente líder.
- ¡Mañana ambos reinos tendrán una fiesta como ninguna otra! – Exclamó el rey de los humanos – al amanecer firmaremos el primer tratado de paz entre el hombre y el monstruo al que llamaremos: “el tratado del ombligo” ya que ahí fue el primer lugar donde un humano pudo dialogar con un monstruo. – al principio ninguna persona pareció convencida, pero después comenzaron con los gritos de júbilo, todos aplaudían semejante estrategia.
El rey de los monstruos estaba por marchar, cuando se regresó para hablar con Justo, ahí le pidió que fuera a su reino y que tomara el lugar que le correspondía a sus hijos ya que, necesitaban a una persona que mediara entre los dos reinos con gran sabiduría, astucia pero sobre todo con un gran corazón. Justo accedió y a la fecha el reino de los monstruos con el de los humanos reina una gran felicidad y paz como nunca antes.
Fin



Por: Yazmín Olivera García

MEDIA… ¿QUÉ?   



Renata, como muchas niñas de su edad, era alegre y divertida, además ¡Le encantaba ir a la escuela! ¡Cómo no iba a gustarle! En la anterior todos se llevaban muy bien y tenía buenos amigos.  Su mamá le contó que por el trabajo de papá era necesario mudarse y que era hora de conocer un nuevo lugar para estudiar.
-Aprenderás muchas cosas nuevas y harás nuevos amigos- recordaba que le decía su mamá.

El nuevo uniforme con cuadros rojos no era tanto de su agrado pero estaba muy contenta en su nuevo salón. Tenía compañeros que la hacían reír mucho, una maestra con un peinado que parecía algodón de azúcar,  además tenía una banca amplia donde podía meter muchos libros. Todo parecía muy emocionante.
-¿Entonces la respuesta es?
-¡Yo! ¡Yo! ¡Yo me la sé, maestra!-. Se apresuró a decir la chica de cabello largo y negro, frente al problema de matemáticas anotado en el pizarrón. 
-Recuerda que, al igual que tus compañeros, debes de levantar la mano para que sea tu turno de responder–Menciono amablemente la profesora Martha.
-Si maestra, lo recordaré-. Aunque por la emoción solía olvidarlo.

Poco a poco todo cambió. Sus compañeros ahora eran diferentes, le aplicaban la muy famosa “ley del hielo”, si, ya saben, esa donde no te dirigen la palabra por nada del mundo,  te quedas desayunando sola a la hora del recreo mientras todos juegan con sus amigos y nadie por nada del mundo te junta en su equipo  al menos que la profesora los obligue. Eso sin contar las burlas constantes por cualquier cosa que hiciera.

-No entiendo porque me tratan así Daniela, yo sólo quiero que seamos amigos. Siempre participo cuando la maestra pregunta, cuento chistes y le sonrió a todos-.
-Se aprovechan cuando no está la profesora. Ella no permite que pasen estas cosas-.
Ahora levantaba cada vez menos la mano a la hora de clase, se sentía triste y con miedo. La escuela había dejado de ser un lugar agradable donde estar.

-Miren…Ahí está la sabelotodo.
-¡No soy sabelotodo! ¡Déjenme en paz!
Susana y sus amigas la molestaban en cuanta oportunidad tenían. Además, le habían dicho a sus demás compañeros que no le hablaran. 

-No entiendo porque se portan así, no le hacen eso a otros compañeros-. Afirmó Daniela, quien era la única que todavía le hablaba.
-De seguro les caigo mal porque vengo de otra escuela o porque… la verdad es que no se me ocurre porque…sólo sé que me siento muy triste.
-¿Por qué no hablas con la Profesora Carmen? Ella siempre nos ayuda cuando tenemos algún problema. Ya sabes es la mediadora de la escuela y….-.
-Media ¿Qué?-.
-Chicas pongan atención por favor, cuando sea recreo pueden platicar todo lo que quieran-.
-Si profesora Martha, disculpe-.
Se miraron como diciéndose que tendrían una conversación pendiente y se apresuraron a continuar con su actividad de clase.
A la hora del receso se sentía tan triste que no esperó a Daniela para almorzar y se apresuró a sentarse en un rincón alejado del patio. Allí nadie podría molestarle. 
-¿Estás bien Renata?
-Profesora ¿Qué hace aquí?
-Veo que estas aquí sola y te ves decaída. Estoy preocupada ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
-¡Noooo! ¡Estoy harta de venir a la escuela! ¡Todos son malos y nadie me quiere! -dijo la pequeña casi llorando.
-¿Ya le comentaste a alguien cómo te sientes?
-¿Para qué? Nadie puede ayudarme.
-¿Has oído hablar de la mediación escolar?
-Media… ¿Qué?
Entonces recordó lo que le había comentado su compañera por la mañana.
-Mediación escolar. Deja te cuento sobre ella. ¿Conoces lo que es un mediador escolar?
-No-.
-Es una persona que interviene en un conflicto para ayudar a que los involucrados lleguen a una solución ¿Has tenido alguna discusión o problema con algún compañero?
-¿Se refiere a lo que pasa con Susana y sus amigas?
-Lo que pasa con todos en tu grupo-.
-¿Eso funciona?
-Nunca lo sabrás sino lo pruebas-.
-Entonces hay una solución….-Se dijo a sí misma susurrándose.
-¡Exacto! Vamos con la maestra Carmen, sé que ella puede ayudarnos-.

-Profesora Carmen, me dijeron que usted puede ayudarme.
-¿Quieres contarme qué es lo que ocurre?
Entonces empezó a platicarle lo que había pasado desde su llegada a la escuela.
-¡Yo, como mediador, no te daré soluciones, pero de manera neutral puedo ayudarlos a encontrarlas a ti y a tus compañeros!
-Ellos no necesitan ayuda. Yo soy la que necesita ayuda.
-Todos la necesitamos, ellos al igual que tú. Nos reuniremos y les explicaré lo que haremos-.
-Está bien-.
-¡Es hora de encontrar una solución pacífica!
Así, un salón privado y cómodo, se dieron cita todas.
-Hola chicas, el día de hoy vamos a llevar a cabo una mediación escolar. Sé que sus maestros ya les han hablado antes de ello, pero les explicaré para que todos lo tengamos claro. Como en el futbol, o cualquier otro deporte, hay reglas muy sencillas pero importantes que hay que cumplir-.
-¿Cuáles son esas reglas?
-Qué bueno que preguntas Susana. Primero, es importante respetar el turno de la persona que habla. Levantar la mano para intervenir. Es decir, todos hablaremos con orden y respeto.
-¡Esta bien! -. Afirmaron todas juntas.
-Por turnos, cada quien nos va a contar qué es lo que está pasando. Cómo se siente.
-Pero de seguro estará de lado de Renata porque ella nos acusó. Nos culpará de todo y nos castigará-refirió molesta una de las amigas de Susana.
-Vamos a pensarlo así chicas, yo como mediadora soy como un árbitro, no estoy de lado de nadie, pero les ayudare a todas a entenderse para llegar a acuerdos.
-No sé si quiero hablar con ellas, han sido muy malas conmigo ¡Estoy enojada!
-Esta es una actividad voluntaria. Como mediadora, estoy en medio y tranquilizo si me percato que las cosas empiezan a complicarse. La escuela es un lugar para aprender y hacer amigos. Pero a veces tenemos problemas. Cuando eso pasa es importante buscar solucionarlos y si no podemos solos siempre podemos pedirle ayuda a un mediador-.
Entonces las chicas comenzaron el ejercicio.
-Renata desde que llegó venía de presumida y sabelotodo…-.
-Respeto Susana, recuerda-.
-Bueno, nos presumía todo lo que sabía queriéndose volver la favorita de la profesora. Quería hacernos quedar a todos como unos tontos-.
Susana mencionó que muchas veces cuando alguien del grupo levantaba la mano para participar, Renata se apresuraba y los interrumpía. No estaba respetando las reglas y no se le hacía justo.
-Yo no lo hago por eso –Pensó para sí mismo la chica.
Mientras proseguía su compañera, Renata quería interrumpirla pero sabía que debía aguardar su turno. Esperó a que Susana terminara. 
-A mí me gusta mucho participar, así puedo compartir con mis compañeros lo que aprendo y ellos me pueden enseñar a mí-.
-¿Entonces no lo hacías por molestarnos?
-¡Nooo!
-¿Entonces porque nos interrumpes?
-No me había percatado que lo hacía. Menos que era tan molesto para ustedes.
-¿Ven?…Renata, Susana…y ustedes también chicas. A veces hay malentendidos. Lo mejor que podemos hacer es hablarlos, escuchar al otro y saber qué es lo que siente y porque hace las cosas-.
-¿Ahora qué podemos hacer?
-¿Qué crees que puedas hacer Susana?-Menciono amablemente la profesora Carmen.
-Dejar de molestar a Renata, hacer equipo con ella. Unirla al grupo.
-¿Tú Renata qué puedes hacer?
-No interrumpir y respetar la opinión de mis compañeros
Las niñas se sonrieron.
-¿Qué les parece si ahora hacemos  sus acuerdos por escrito?
-¡Claro! Así los recordaremos y podemos acudir a ellos siempre que sea necesario-.
-Este ejercicio de mediación me ha gustado mucho. Les contaré a mis compañeros que cuando tengan un problema o no estén de acuerdo con algo lo practiquen-.
-¡¡Es estupendo!! Porque las soluciones la decidimos entre nosotras y llegamos a un acuerdo.
-Gracias a la mediación hemos podido solucionar nuestro conflicto y podemos ser amigos-.
Entonces chicas ¿Qué aprendimos hoy?
-Que siempre hay una solución distinta a la indiferencia o a la pelea-.

Así a veces pasa. Cuando uno es protagonista de un cuento sólo ve su propia versión. Pero es importante conocer todas las versiones. Contrastar tu historia con la del protagonista y con la de los demás. Sólo así resolveremos los problemas.  Sólo así podremos seguir teniendo una verdadera cultura de paz.

-Entonces niñas ¿Cómo se terminan los cuentos?
-¿Vivieron felices para siempre?-se apresuró a decir Renata.
-¡Hey! Levanta la mano y espera tu turno-. Se rió Susana. Mejor, colorín colorado….
-¡Esta escuela se ha mediado! –dijeron todas al unisonó mientras reían.



UN INVITADO INESPERADO
Por: Francisco Melchor Bautista

El mediador salió de su despacho, un tanto intrigado. La secretaria le había dicho que un peculiar sujeto solicitaba hablar con él. En el camino iba imaginándose su apariencia, pasando desde las formas más fantásticas hasta las más siniestras por su mente.
Por la cara de la secretaria, que minutos antes le había notificado aquella información, pensaba, que quien lo buscaba era el mismísimo diablo, pues la expresión de la pobre muchacha era de espanto. “al…alguien lo busca Señor Licenciado” había balbuceo y sorpresa. Lo cual le producía una descarga de adrenalina por estrecharle la mano por fin al sujeto.
Cuando estuvo a escasos metros de la puerta que lo conectaba con “aquello” no pudo disimular un poco de temor, cuando vio la cara de sus subalternos que cuchicheaban afuera de la puerta.
Dio una señal a su secretario que se encontraba con algunos papeles en la mano, para que lo siguiera y ambos entraron a aquella habitación con más dudas que miedo. En realidad era una oficina, donde el mediador se entrevistaba con las partes, pero en aquella ocasión, aquel cuadro de 4 por 4 se convirtió en la comidilla de todos los asistentes.
-¡Un duende!- no pudo disimular ni un poco su expresión de asombro, cuando se encontró de frente ante aquel hombrecillo. Medía escaso medio metro, llevaba puesto un sombrero puntiagudo, una barba un tanto descuidada, que contrastaba con sus pantaloncillos acampanados y su chaleco verde. Se le veía relajado aunque había algo en su comportamiento interno que lo mantenía pensando en Dios sabe que. Claro, si los duendes tienen un dios.
Una vez que se presentó aquel singular invitado, quien dijo llamarse Owak. Seguido de ello, hilo su primera oración completa:
-Vengo ante usted porque he cometido un crimen en mi comunidad y he decidido no acudir ante un juez convencional. Usted verá, para nosotros cualquier crimen es duramente castigado y este órgano es lo más adecuado para lo que verdaderamente busco: reparar el daño y traer paz para todos – dijo un poco avergonzado, con los ojos mojados por las lágrimas.
¿Por qué no acude ante su justicia señor? – observó el mediador tratando de indagar un poco más en el tema, aunque desconocía todo sobre “su justicia” o siquiera con lo relacionado a los duendes, cualquier conocimiento de ellos, se remitía a los cuentos de hadas.
-Los duendes nos regimos ante jueces como ustedes, pero lo que hice se castiga con muchos años de prisión en el bosque embrujado. ¡Horrible¡, horrible señor- pronunciando  esto último, un escalofrió le recorrió su débil cuerpo que lo hizo estremecer.
El mediador miro a su secretario mientras el duende se limpiaba los ojos llorosos con un pañuelo oculto en las mangas. Ambos conversaron en voz baja para no ser escuchados por su inesperado amigo.
La Constitución, les obligaba a respetar los Derechos Humanos de todas las personas sin distingo alguno, en su Artículo 1º, y bueno, aquello parecía una persona pequeña si así se le podría llamar, por lo que no dudaron en considerarla como tal. Y no obstante con ello, otro artículo de La Constitución obligaba a brindar justicia para todos.
Jamás se les había presentado un caso semejante, pero fue más su deseo por ayudarlo y poder colaborar en una justicia que pudiera traer paz a la sociedad, con base en mecanismos alternos de diálogo que olvidaron por completo, a no considerar que él fuese un duende y que contradijera todos sus conocimientos científicos, así que conmovidos por sus sentimientos de seres humanos, se miraron  uno al otro, y el mediador dijo:
-Señor Owak, siéntase seguro de que lo ayudaremos a solucionar su problema.
Fue entonces que se supo que Owak, pertenecía a una comunidad de duendes que vivían en el Estado de Guanajuato, desde hace algunos siglos. Les narró que en la comunidad se dedicaban a la producción y cosecha de flores y arboles silvestres. Él, en lo particular se dedicaba al cultivo  de  las orquídeas. Su vida había pasado sin sobresaltos, yendo y viniendo al trabajo sin cambios en su rutina, hasta que hace poco había ocurrido una tragedia, como la calificaba el mismo.
Una tarde mientras se hallaba conduciendo su colibrí, ya que los duendes los utilizan de transporte cotidiano, así como nosotros los coches, explicó, no se había fijado y por accidente había atropellado a otro duende. El alboroto dentro de la aldea fue tal que todos, incluyendo principalmente la familia de la víctima, pedía que se le enviara al “bosque embrujado” a purgar su pena. Todo fue tan rápido que a los minutos del accidente se encontraba capturado, mientras a su alrededor, todos gritaban ¡justicia!.
También comento que su juicio seria en unos días, por parte de jueces, que no se tentarían el corazón para condenarlo por un accidente y que posiblemente antes de ser enviado al “bosque embrujado”, pasaría algunos años encerrado dentro de una cárcel improvisada en la aldea. Pensando en ello es por lo que había logrado escapar, llegando al mundo  de los “humanos”.
Su intención nunca fue no hacerse responsable por sus actos, así que una vez que estuvo a salvo, investigó sobre la justicia humana y encontró un órgano de “Justicia Alternativa”, como se llamaba éste. Bastante avanzado para el rudimentario sistema de justicia de su aldea, de hecho, “si me condenan jamás podre reparar el daño, viviré en el bosque por años, en cambio, yo quiero hacer algo en arrepentimiento a mi descuido, así que cuando me enteré de esta justicia humana vine sin pensarlo”
El mediador no dejo pasar mucho tiempo y una vez investigado el lugar de la aldea, para ello se había puesto en contacto con personas que conocían su ubicación, hizo ir a los familiares de las victimas de aquel mundo mágico.
Los familiares, una vez que se les notificó que los buscaban con noticias de la huida de Owak, el asesino como se le había nombrado, no se hicieron esperar y se presentaron ante aquella oficina de “justicia alternativa” en compañía de toda la aldea el mismo día que fueron avisados. El mediador los atendió amablemente y sólo hizo pasar a los interesados.
Owak, una vez que se hallaron en presencia de los familiares y el mediador, pidió disculpas. Confesó que pudo haber tenido más cuidado pero que nunca fue su intención hacerle daño a nadie. Los familiares permanecieron en silencio mientras miraban despectivamente al mediador. Continuó afirmando que había sido un accidente y que para él, sería más justo ayudarles con algo en lugar de ser enviado al “bosque embrujado” injustamente.
-si ustedes me lo permiten, de mi trabajo como cultivador de flores, puedo ofrecerles la mitad de mi sueldo durante 10 años, para compensar mis actos.
El mediador lo miro con rostro de aprobación, como un padre mira a su hijo en señal de respeto cuando hace lo que le ha pedido, al escuchar lo dicho, para después interrumpir la tierna escena y decir:
-como ven señores el joven Owak se compromete a reparar el daño, producto de tan lamentable accidente. Acepten sus disculpas- dijo amablemente hacia los familiares.
La incertidumbre que invadió la sala debió haber producido un efecto terapéutico en las conciencias de aquellos deudos pues en pocos minutos aceptaron el ofrecimiento de Owak, con la condición de que no sólo le pidiera disculpas a ellos, sino a toda la comunidad.
Dicho eso y aceptado lo convenido, en un acto solemne Owak se dirigió antes sus camaradas y dio un discurso que hoy en día todos en la oficina siguen recordando con lágrimas en los ojos. El jefe de la comunidad lo abrazo efusivamente y quienes lo habían acusado ahora lloraban de emoción. Los jueces duendes recibieron el acuerdo firmado por Owak y los familiares para llevárselo y hacerlo respetar dentro de su comunidad mágica.
Uno de los abogados mágicos que se encontraba allí, se dirigió con el mediador y le pidió una copia de “La Ley” que regulaba dichos órganos para después decir:
-Creo que propondremos evolucionar en nuestra aldea a una justicia donde el diálogo sea la principal fuente de toda conducta. La paz en nuestra comunidad y la armonía sedaría de mejor manera si utilizáramos este sistema. Daremos nuevos juicios a quienes están en “el bosque embrujado”. La paz siempre deberá ser crucial para toda sociedad- el mediador sonrío y el abogado duende siguió- en nuestro sistema de justicia, apenas ayer condenamos a alguien por robarle una pluma a un humano.
El mediador lo miro extrañado y le dijo en voz baja:
-justo ayer perdí una pluma

- hubiera sido más fácil hacerlo que la regresara en lugar de enviarlo “al bosque embrujado”. Son muy listos ustedes los humanos al solucionar conflictos.